La muerte es un tema que a los humanos nos pesa sobremanera. Ya sea que muera un hermano, hijo, un amigo o un padre, nos entristece en distintos niveles. Hoy Ben está hecho mierda porque Lucho, su perro, murió esta nohce.
La muerte de una mascota, al menos en mi caso, es de las peores (si no es que la peor) por las que he tenido que pasar. Tuve una perra durante 17 años, murió en 1997, tras severos problemas con la cadera que le impedían caminar cómodamente.
Aquel día la llevé al veterinario, el doctor me dijo que podía mantenerla viva y medio estable durante unos tres meses, pero que ella iba a seguir con dolores y habría de llevarla cada semana a tratamiento para que pudiera pasarla mínimamente bien.
No me planteó la posibilidad, pero soy un convencido de la eutanasia. Tomé una de las decisiones más duras de mi vida, le exigí al médico que la "durmiera", porque no podía verla sufrir a cada rato, temblando porque su cuerpo no le respondía más.
El asistente del doctor no estaba ese día y tuve que fungir como tal. Tuve que detenerla y abrazarla mientras él le aplicaba la inyección y ella, poco a poco, se dormía hasta que dejó de respirar y, al final, con un espasmo, me hizo saber que había muerto.
No pude hacer otra cosa que dejarla en la mesa, salir de ahí y sentarme en la banqueta a llorar inconsolablemente, para después decirle "hazte cargo del cuerpo, llévala a incinerar... no quiero guardar sus restos". Ben, mi querido Ben, está inconsolable por la muerte de Lucho. Lo entiendo perfectamente.
Lucho, además, tiene un agradecimiento especial de Ben. Su madre, quien durante algún tiempo estuvo muy enferma, libró una depresión brutal gracias a Lucho. No debería ser sorpresa que Ben le agradezca a su querido perro que su madre siga viva, yo también lo haría.
La noche de San Patricio no resultó lo que esperaba, la depresión de un amigo no me permite pensar en mí (y mi borrachera) y dejarlo a su suerte. Espero se reponga pronto. Un abrazo para ambos, para Ben y para Lucho.
La muerte de una mascota, al menos en mi caso, es de las peores (si no es que la peor) por las que he tenido que pasar. Tuve una perra durante 17 años, murió en 1997, tras severos problemas con la cadera que le impedían caminar cómodamente.
Aquel día la llevé al veterinario, el doctor me dijo que podía mantenerla viva y medio estable durante unos tres meses, pero que ella iba a seguir con dolores y habría de llevarla cada semana a tratamiento para que pudiera pasarla mínimamente bien.
No me planteó la posibilidad, pero soy un convencido de la eutanasia. Tomé una de las decisiones más duras de mi vida, le exigí al médico que la "durmiera", porque no podía verla sufrir a cada rato, temblando porque su cuerpo no le respondía más.
El asistente del doctor no estaba ese día y tuve que fungir como tal. Tuve que detenerla y abrazarla mientras él le aplicaba la inyección y ella, poco a poco, se dormía hasta que dejó de respirar y, al final, con un espasmo, me hizo saber que había muerto.
No pude hacer otra cosa que dejarla en la mesa, salir de ahí y sentarme en la banqueta a llorar inconsolablemente, para después decirle "hazte cargo del cuerpo, llévala a incinerar... no quiero guardar sus restos". Ben, mi querido Ben, está inconsolable por la muerte de Lucho. Lo entiendo perfectamente.
Lucho, además, tiene un agradecimiento especial de Ben. Su madre, quien durante algún tiempo estuvo muy enferma, libró una depresión brutal gracias a Lucho. No debería ser sorpresa que Ben le agradezca a su querido perro que su madre siga viva, yo también lo haría.
La noche de San Patricio no resultó lo que esperaba, la depresión de un amigo no me permite pensar en mí (y mi borrachera) y dejarlo a su suerte. Espero se reponga pronto. Un abrazo para ambos, para Ben y para Lucho.
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