Eleanor Rigby es una mujer que siempre me ha atraído. Éramos muy cercanos en la preparatoria pero nunca establecimos relación física alguna, aunque el vínculo sentimental era fuerte.
En algún tiempo decidí animarme e intentar escalar nuestra relación, pero ella se negó. Algunos meses después comencé una relación con una mujer, la poeta, y Eleanor se dio cuenta de que había tomado una mala decisión al no aceptar mis propuestas (claro, cuando se dio cuenta de que yo iba muy en serio con esta otra chica).
Nos seguíamos viendo de vez en vez, aunque con menor frecuencia, después de esto. Ella se consiguió un galán excesivamente celoso y que me odiaba (por supuesto, yo representaba la tal amenaza). La alejó de mí y, para cuando entramos a la universidad, habíamos perdido contacto casi por completo.
Nos llegamos a topar un par de veces por casualidad en estos casi diez años.
Hace algunas semanas (el día antes de su cumpleaños, todavía recordaba la fecha) la vi pasar y fui a alcanzarla. Le hablé y volteó para abrazarme efusivamente. Intercambiamos teléfonos y dijimos que nos veríamos pronto.
Habíamos ya pactado alguna cita pero la cancelamos por algún motivo. Finalmente quedamos para anoche en un café. Llegué puntual y ella ya estaba ahí, sentada y viéndose guapa, aunque un poco más delgada de lo que la recordaba. Me senté, nos saludamos y comenzamos con las típicas preguntas -¿Cómo estás?- que derivaron en respuestas poco típicas -Ahí la llevo, ya me conoces, el mal de amores-.
Me reí y le dije que si tan pronto íbamos a empezar con esos temas, lo ideal sería dejar el café antes de que yo pidiera algo y fuéramos por chelas. Sí prefería chelas a café, pero pretendía hacer una broma y ella, ¿cómo no agradecerle esto?, pidió la cuenta sin dudarlo.
Bebimos bastante y hablamos de lo que había sido de nuestras vidas en estos años, discutimos de política, economía y cine. Comenzamos a coquetearnos y fuimos a su casa. Me advirtió que nada pasaría. Igual subí, mi sed y las cervezas en su refrigerador sonaron a una combinación espléndida.
Su advertencia se cumplió sólo a medias. Y temo que despertamos, el uno en el otro, fantasmas del pasado que no estoy seguro de poder (o querer) controlar.
En algún tiempo decidí animarme e intentar escalar nuestra relación, pero ella se negó. Algunos meses después comencé una relación con una mujer, la poeta, y Eleanor se dio cuenta de que había tomado una mala decisión al no aceptar mis propuestas (claro, cuando se dio cuenta de que yo iba muy en serio con esta otra chica).
Nos seguíamos viendo de vez en vez, aunque con menor frecuencia, después de esto. Ella se consiguió un galán excesivamente celoso y que me odiaba (por supuesto, yo representaba la tal amenaza). La alejó de mí y, para cuando entramos a la universidad, habíamos perdido contacto casi por completo.
Nos llegamos a topar un par de veces por casualidad en estos casi diez años.
Hace algunas semanas (el día antes de su cumpleaños, todavía recordaba la fecha) la vi pasar y fui a alcanzarla. Le hablé y volteó para abrazarme efusivamente. Intercambiamos teléfonos y dijimos que nos veríamos pronto.
Habíamos ya pactado alguna cita pero la cancelamos por algún motivo. Finalmente quedamos para anoche en un café. Llegué puntual y ella ya estaba ahí, sentada y viéndose guapa, aunque un poco más delgada de lo que la recordaba. Me senté, nos saludamos y comenzamos con las típicas preguntas -¿Cómo estás?- que derivaron en respuestas poco típicas -Ahí la llevo, ya me conoces, el mal de amores-.
Me reí y le dije que si tan pronto íbamos a empezar con esos temas, lo ideal sería dejar el café antes de que yo pidiera algo y fuéramos por chelas. Sí prefería chelas a café, pero pretendía hacer una broma y ella, ¿cómo no agradecerle esto?, pidió la cuenta sin dudarlo.
Bebimos bastante y hablamos de lo que había sido de nuestras vidas en estos años, discutimos de política, economía y cine. Comenzamos a coquetearnos y fuimos a su casa. Me advirtió que nada pasaría. Igual subí, mi sed y las cervezas en su refrigerador sonaron a una combinación espléndida.
Su advertencia se cumplió sólo a medias. Y temo que despertamos, el uno en el otro, fantasmas del pasado que no estoy seguro de poder (o querer) controlar.
Vaaaaas. Hay que meterse en problemas, perder el control!