Aromas...

Si bien nunca tuve un gran sentido del olfato, años de fumar han logrado empeorarlo al punto en que percibo olores pero mi capacidad de identificación es bastante limitada. Esto no me molesta y, de pronto, me genera sorpresas como la que acabo de percibir.

Acabo de bañarme y percibí un extraño olor. Dudé por momentos y logré definirlo. Estaba impregnado del aroma de una mujer. No era particularmente "rico", pero sí sorprendentemente agradable la sensación de redescubrir ese aroma al día siguiente de haber convivido con ella.


Pequeños detalles que uno va dejando de percibir en las relaciones largas pero que se aprecian muchísimo cuando regresan.

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Si estas líneas sonaran, con mi propia voz, parecería que tengo la nariz tapada... siempre la tengo.
Similar al caso que describes, los olores pasan desapercibidos justo por enfrente de mis narices. Sin embargo, hay algunos que penetran para instalarse en el cerebro y quedarse para siempre. La situación es difícil, en ocasiones deseamos que el aroma permanezca y en otro momento deseamos que se disuelva con el aire.
Afortunadamente Juan Villoro, en su libro El Testigo, explica la sensación y propone una solución a esa necesidad de escape, lo comparto:
“Curiosa la forma en que viajaban lo olores. Julio carecía de la nariz de presa(…), pero le llegaban con facilidad aromas de otros tiempos(…). Por desgracia esto jamás dependía de su voluntad. Una ráfaga de viento le traía a Nieves o a Paola, su deliciosa mezcla de secreciones y perfumes, pero no podía provocar la sensación adrede.
Se puso más loción para quedarse en el presente.”

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