Como la vida en general se compone de ciclos, en particular la de Sísifo y sus absurdos vaivenes, la negligencia con la que he tratado este espacio es poco casual.
A partir del post anterior, en el que me quejaba de la edad con la que me había tratado la resaca en el día del niño, la roca no cesó de girar en contra mía.
El lunes pasado se armó una comida en Cuernavaca con gente de la oficina. Marchó todo sin incidentes que reportar pues, como tenía que conducir en autopista, mi moderación con el alcohol salió a flote.
Volví temprano esa misma tarde con mis tres pasajeros, pues uno de ellos, Ita, tenía que volver para resolver el papeleo necesario para su nuevo hogar. Martes y miércoles sufrí un poco de gripe, pero nada lamentable.
Para el jueves, el resfrío comenzaba a ceder, pero para contrarrestarlo, mi espalda baja comenzó a joderme. Decidí ignorarla e ir a la noche de garito. Me fue bastante bien, gané algo de plata y la actriz ganó lo suficiente para saldar parte de la deuda que contrajo conmigo la semana anterior.
Al salir del antiguo casino (esta semana se inaugura el nuevo), hacía frío y la espalda empeoró. El viernes, al despertar, sentí molestias en la espalda y, al intentar levantarme, me di cuenta que el dolor era insoportable. No podía ni pinche moverme.
Llamé al quiropráctico y me dio cita. Fui tan pronto como pude y, después de un par de madrazos, pude caminar (con mucha menos elegancia de la que suelo hacerlo).
No había garantías hacia la tarde, así que cancelé una invitación que tenía para una fiesta nocturna. El sábado tampoco me sentí en condiciones y a Ben tuve que llamarlo para avisarle que no lo vería. Consuelo único: tarde muy lluviosa, con buena comida y una (patético, sólo UNA) chela frente a un ventanal que me dejó disfrutar (a medias) la intensa caída de agua.
Ayer mi espalda empeoró, no pude caminar por momentos. Hoy decidí llenarme de valor e ir a la oficina, pero el dolor no cesó y regresé a casa temprano, tras una ya indispensable escala en la farmacia para hacerme de un medicamento más potente, el cual amenaza con no dejarme levantar mañana por el sueño.
Los años no pasan, ¡pero cómo se van acumulando!
A partir del post anterior, en el que me quejaba de la edad con la que me había tratado la resaca en el día del niño, la roca no cesó de girar en contra mía.
El lunes pasado se armó una comida en Cuernavaca con gente de la oficina. Marchó todo sin incidentes que reportar pues, como tenía que conducir en autopista, mi moderación con el alcohol salió a flote.
Volví temprano esa misma tarde con mis tres pasajeros, pues uno de ellos, Ita, tenía que volver para resolver el papeleo necesario para su nuevo hogar. Martes y miércoles sufrí un poco de gripe, pero nada lamentable.
Para el jueves, el resfrío comenzaba a ceder, pero para contrarrestarlo, mi espalda baja comenzó a joderme. Decidí ignorarla e ir a la noche de garito. Me fue bastante bien, gané algo de plata y la actriz ganó lo suficiente para saldar parte de la deuda que contrajo conmigo la semana anterior.
Al salir del antiguo casino (esta semana se inaugura el nuevo), hacía frío y la espalda empeoró. El viernes, al despertar, sentí molestias en la espalda y, al intentar levantarme, me di cuenta que el dolor era insoportable. No podía ni pinche moverme.
Llamé al quiropráctico y me dio cita. Fui tan pronto como pude y, después de un par de madrazos, pude caminar (con mucha menos elegancia de la que suelo hacerlo).
No había garantías hacia la tarde, así que cancelé una invitación que tenía para una fiesta nocturna. El sábado tampoco me sentí en condiciones y a Ben tuve que llamarlo para avisarle que no lo vería. Consuelo único: tarde muy lluviosa, con buena comida y una (patético, sólo UNA) chela frente a un ventanal que me dejó disfrutar (a medias) la intensa caída de agua.
Ayer mi espalda empeoró, no pude caminar por momentos. Hoy decidí llenarme de valor e ir a la oficina, pero el dolor no cesó y regresé a casa temprano, tras una ya indispensable escala en la farmacia para hacerme de un medicamento más potente, el cual amenaza con no dejarme levantar mañana por el sueño.
Los años no pasan, ¡pero cómo se van acumulando!
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