Dentro de las subespecies humanas claramente clasificables, el infelizaje es una de las menos evolucionadas aunque, debido a su parasitario comportamiento, increiblemente adaptable a su entorno.
Su lógica es muy simple, siempre que pueden tomar provecho y el esfuerzo a cambio del primero es mínimo (o nulo), lo hacen, se empujan, avientan y muerden por conseguirlo... Claro, es contradictorio con lo anterior, pero sólo refuerza el nombre se estos pseudo-seres: nada puede hacerlos felices, salvo el tomar algo que (creen que) por derecho les pertenece y, particularmente, quitárselo a quienes (según ellos), a pesar de tener condiciones similares (idénticas), no lo merecen.
Imagino esta escena como el más claro ejemplo. Un lugar en el que se reunen estas personas está ofreciendo panfletos, libros (aunque esta banda es subletrada en su mayoría), bolígrafos, lápices y cualquier objeto regalable... Los personajes hacen filas en los distintos lugares en los que se ofrecen estos productos sin saber qué es lo que pueden obtener al final de la línea.
Nada más les importa, su mundo se limita, como el de una bestia de carga, a lo que los parches sobrepuestos permiten a sus ojos ver. El punto es llegar al mostrador, esbozar una sonrisa y mendigar por una pluma (creen que con esto obtendrán cosas con mayor facilidad), misma que tendrán SIN la estúpida y fingida mueca. Claro, estos eventos están siempre repletos.
Este día les sufrí. Me aventaron al otro lado del mostrador, sacándome de la tranquilidad que presenta mi escritorio estos días.
En mi sitio, había bolígrafos, plumas, separadores de libros, llaveros y panfletos. Todo fue devorado por la plaga al instante. Todo, olvidé mencionar el objeto adicional, excepto los libros. Dispuse seis libros, empastados en piel, con papel de gran calidad y bellísimas fotografías sobre el mostrador.
Dos personas mostraron genuino interés y se llevaron un ejemplar cada uno. Dos más aseguraron haber colaborado para la empresa en otros tiempos y pidieron una copia, misma que obtuvieron. Los otros dos volúmenes regresaron. Nadie volvió a preguntar por ellos, sólo querían llevarse utensilios de uso "práctico", objetos para repartir entre su prole.
Fue terrible este día, pero a la vez sorprendente que esta gente mantenga y reproduzca estos hábitos a través de generaciones enteras. No, no es una cuestión de condiciones socioeconómicas o de clase. Estoy convencido, a falta de detalles científicos, que el problema es cultural. La simplicidad cerebral del muerto-de-hambre es así.
No, por supuesto que no es gente que encuentre problemas para hacerse de alimento, pero actúan ante objetos como si al conseguirlos aseguraran la supervivencia de cada individuo, su camada, la manada y su especie entera.
Su lógica es muy simple, siempre que pueden tomar provecho y el esfuerzo a cambio del primero es mínimo (o nulo), lo hacen, se empujan, avientan y muerden por conseguirlo... Claro, es contradictorio con lo anterior, pero sólo refuerza el nombre se estos pseudo-seres: nada puede hacerlos felices, salvo el tomar algo que (creen que) por derecho les pertenece y, particularmente, quitárselo a quienes (según ellos), a pesar de tener condiciones similares (idénticas), no lo merecen.
Imagino esta escena como el más claro ejemplo. Un lugar en el que se reunen estas personas está ofreciendo panfletos, libros (aunque esta banda es subletrada en su mayoría), bolígrafos, lápices y cualquier objeto regalable... Los personajes hacen filas en los distintos lugares en los que se ofrecen estos productos sin saber qué es lo que pueden obtener al final de la línea.
Nada más les importa, su mundo se limita, como el de una bestia de carga, a lo que los parches sobrepuestos permiten a sus ojos ver. El punto es llegar al mostrador, esbozar una sonrisa y mendigar por una pluma (creen que con esto obtendrán cosas con mayor facilidad), misma que tendrán SIN la estúpida y fingida mueca. Claro, estos eventos están siempre repletos.
Este día les sufrí. Me aventaron al otro lado del mostrador, sacándome de la tranquilidad que presenta mi escritorio estos días.
En mi sitio, había bolígrafos, plumas, separadores de libros, llaveros y panfletos. Todo fue devorado por la plaga al instante. Todo, olvidé mencionar el objeto adicional, excepto los libros. Dispuse seis libros, empastados en piel, con papel de gran calidad y bellísimas fotografías sobre el mostrador.
Dos personas mostraron genuino interés y se llevaron un ejemplar cada uno. Dos más aseguraron haber colaborado para la empresa en otros tiempos y pidieron una copia, misma que obtuvieron. Los otros dos volúmenes regresaron. Nadie volvió a preguntar por ellos, sólo querían llevarse utensilios de uso "práctico", objetos para repartir entre su prole.
Fue terrible este día, pero a la vez sorprendente que esta gente mantenga y reproduzca estos hábitos a través de generaciones enteras. No, no es una cuestión de condiciones socioeconómicas o de clase. Estoy convencido, a falta de detalles científicos, que el problema es cultural. La simplicidad cerebral del muerto-de-hambre es así.
No, por supuesto que no es gente que encuentre problemas para hacerse de alimento, pero actúan ante objetos como si al conseguirlos aseguraran la supervivencia de cada individuo, su camada, la manada y su especie entera.
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