Sísifo, el acrimónico

Mi aspereza ha cruzado el punto de no retorno en mis relaciones laborales. Esta semana fui de la pena ajena a la indiferencia, con un largo intermedio de furia.

El Sub me pidió que le ayudara en una presentación para los externos y accedí a hacerlo, lo único que me correspondía era montarle el proyector y seguir con el ratón para hacer llegar la lámina siguiente... Yo no conocía el contenido de su archivo y, cuando los externos pidieron que mostrara lo que tenía que haber hecho, salí avergonzado de la sala, pues NO LO HABÍA LLEVADO!

Le pedí a su asistente que buscara en su computadora el archivo y lo encontró con cierta facilidad, pero resultó prácticamente inútil, pues él había hecho lo que se le dio la gana, haciendo caso omiso a todos los acuerdos a los que había llegado en reuniones previas.

Por supuesto, los externos montaron en cólera y pocos defendieron al Sub. Yo traté de deslizarme debajo de la mesa para ocultar mi rechazo a él, pero no lo logré. Me negué a dirigirle la palabra, salvo cuando insistió en que nos quedáramos a arreglarlo "hasta terminar" y fue para decirle que era demasiado tarde y que era una falta de respeto para con los viente asistentes a la cita.

Al día siguiente me pidió ayuda y mi tacto salió sin control. Le grité para decirle que estaba profundamente equivocado, sí, perdí el control, pero funcionó. La necedad de su parte, he descubierto, sólo puede curarse a punta de madrazos verbales.

Espero que lo haya resuelto, porque temo que me aventarán el desmadre a partir del lunes...

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