El inicio de junio

Los festejos del cumpleaños de junio dieron inicio la tarde del viernes con una fiesta sorpresa organizada por la familia de la primer cumpleañera del mes. Salida tempranera de la oficina (siempre apreciada), escala por chelas y espera de la llegada de la festejada.

Rondaron unas chelas al tiempo que los festejantes nos íbamos acumulando. Cuando llegó ella estábamos todos los que habíamos de ser, ella se mostró sorprendida, aunque me parece que algo sospechaba.

Llegó el trío de músicos con un heredero de Pedro Vargas (no cantaba así, pero era idéntico) y la festejada lo disfrutó bastante. El alcohol corrió con generosidad y las botanas fueron exquisitas. La noche parecía que habría de llegar a un pronto final, pues el cansancio era evidente.

Salí y llegué a una "fiesta" con la actriz y su amigo. La oferta de posibilidades era por demás limitada; la música era ensordecedora y aturdía (tanto por volumen como por calidad); había muy poca lucidez en el ambiente. Tengo que aprender a decir "NO, gracias" ante invitaciones similares.

La actriz me cae muy bien, es muy divertida y me río mucho con ella, pero esas fiestas no van conmigo... quizá sea porque hay demasiada "alegría" que no logro comprender; probablemente, dirá algún crítico, la edad me ha vencido... afirmación que refutaría inmediatamente argumentando que en ningún momento de mi vida he sido adepto de la música "de moda" ni "para bailar".

Ayer las cosas escalaron. Comenzó la noche con un viaje, en el que pensé que mi pasaporte sería demandado (en el condado de Ciudad Satélite), a una reunión de cumpleaños con Ben.

Había cerca de veinticinco personas, sentadas en un espacio rectangular que simulaba una sala cuyos sillones estaban cubiertos de plástico, rodeados de un ciento de figuras de Buda ordenadas por tamaño. Había un mesero que pronto nos sirvió un trago, pero demoró lo que parecieron vidas enteras en rellenar los vasos.

Dos cantantes de ópera comenzaron una "espontánea" sesión de arias. Prodigiosas voces lucharon pieza a pieza por complacer a la concurrencia, hasta que decidieron terminar con un dueto que puso fin a la (inútil) contienda, cuyo mayor inconveniente fue la prohibición de disfrutar un tabaco... sí, a las divas operíticas les molesta particularmente el cigarro... a mí me revienta que me impidan fumar.

El regreso del norte no parecía cómodo, así que emprendimos la vuelta tempranera, buscando un lugar donde saciar la necesidad de más alcohol y donde permitieran echar humo. El after hours fue una opción después de que fuimos alcanzados por el paso del tiempo y las barras cerraban.

Una chela en uno, después una en el vecino, luego otra en el primero y la hora en que cerraba el estacionamiento llegó, no así la saciedad. El Pedro se antojaba lejos, más que nada porque habíamos ido a Satélite.

Por supuesto, la necesidad etílica superó cualquier pereza y decidimos seguir adelante. Coke llegó justo después de nosotros con sus cuates y las cervezas y rones venían y se iban con la misma prontitud. La música (y, por supuesto, el alcohol) comenzó a generar ritmo y hubo baile.

Cuando el agotamiento finalmente fue suficiente, descendimos del lugar. Llevé a Ben a su casa, en su auto nuevo, y me marché, ya con luz de día, a la mía.

Un domingo más que me encuentro agotado, hecho mierda, destruído. Pero me emociona la tarde, espero no rendirme antes de tiempo.

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