Noviembre 17, 2005

Por lo que entiendo en este momento, los viernes de cada dos semanas se organiza un desayuno para todos los empleados del edificio. Tiene dos particularidades: lo pagan los mismos empleados y la organización corre a cargo de una de las áreas. Este viernes le tocó el turno a la mía pero, como estoy recién llegado, no tuve que hacer nada. Sino hasta esta mañana.

Dieron las ocho y media y llegaba listo para tomar el indispensable primer café de la mañana, pero mi decepción fue que no sólo no había café, sino que el desayuno no había llegado y la encargada estaba histérica, sí: histérica.

Pocos minutos después me lancé con ella a comprar algún tipo de comida que calmara los ánimos de los hambrientos. Lo logramos y yo fui platicando pero ella, entre su neurosis y su patetismo (creo que nato), simplemente asentía y no decía nada. Creo que en este momento es necesario hacer una reflexión en torno a que si soy reservado a hablar con gente, será mejor mantenerme de esa forma y no buscar establecer vínculos más allá de lo estrictamente necesario.

Cuando llegó la comida, el ataque zombi fue inmediato. No bien se destaparon los alimentos, la vorágine arrasó con dieciséis cazuelas de distintos guisos y más de setenta tamales –que eran por los que había ido en la expedición relámpago–.

Sólo alcancé a echarme un par de cafés y nada de sólidos. Tengo hambre, pero me eché un cigarro hace unos minutos y eso siempre ayuda.

Cuán despreciable es la gente muertadehambre!!! Ven dónde pueden tomar algo y se avientan como zombies ante humanos frescos. No importa que no estén hambrientos, simplemente sienten que tienen que desquitar lo que pagaron, si es que lo hicieron.

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