El Juego

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Cada que alguien inicia una especie de cadena en la que tienes que hacer algo y exigirle al siguiente que lo haga, me parece que es una pérdida brutal de tiempo. Sí, lo siento.

La más reciente consiste en escribir 8 cosas que no quieres que se sepan de ti y hagas un post en tu blog al respecto. Lanzo, así, modestamente, la pregunta ¿por qué habría de publicar algo que no quiero que se sepa?

Este espacio surgió para darme cabida, no estaba pensado para difundirlo entre la gente, pero alguna noche de tragos se me fue el hocico de más y solté que tenía un blog. Al día siguiente algunos de mis amigos se hicieron el propio o descubrieron su sitio para dejar algún comentario... Eso es lo único que escribiré que no quería que se supiera.

Señales...

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Las iglesias están tan terriblemente desesperadas por su descrédito que algunas han llegado a emplear "estrategias" mercadológicas como esta.

Inteligencia Artificial

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La inteligencia artificial jamás podrá mejorar la estupidez natural.

Sadismo clínico

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Lo que escribí ayer me hizo pensar en otros temas escabrosos, como las visitas al dentista.

Mis dentistas han sido variados y ninguno memorable por ser buena persona, desde el imbécil que me dejó toda mi infancia esperándolo enormes ratos (alguna vez me tuvo en la sala de espera tres horas) hasta el obsesivo compulsivo con el que voy ahora, pasando por un odontopediatra que, si bien era relativamente cuidadoso, la decoración con cientos de figuritas infantiles hacían de su consultorio el paraíso de un pedófilo.

Seguramente por eso es que los desprecio tanto. Estoy convencido de que los dentistas son sádicos por naturaleza, pero no por decisión sino por frustración.

Me explico: son seres incompetentes para la medicina y una gran mayoría llegaron a la escuela de odontología como rechazados de la de medicina, por tanto, para cubrir su imbecilidad decidieron pretender mantener cierto control sobre la salud de la gente (a diferencia de los veterinarios) a través de meterles mano en la boca.

Usan instrumentos muy complejos y puede que vean bastante sangre (quizá más de la que muchos médicos) en sus carreras, pero por sus demonios disfrutan el dolor que inflingen a sus víctimas... no, no pretendí escribir pacientes.

De sólo pensar en ellos me duele la cabeza y me parece incomprensible que alguien (Strozzi) haya podido dormirse mientras le hacían una endodoncia.

Recuerdos cadavéricos

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Hace tiempo que no pensaba en las cuatro escenas sobre las que estoy a punto de escribir. Por algún motivo pensé en ellas. Aunque parecen extraídas de películas gore, las vi y ahora, años después, las escribo en orden cronológico.

1. Era, probablemente, 1985 -tengo esa idea por la edad que recuerdo haber tenido entonces- y yo iba en el asiento del copiloto del auto de mi madre con rumbo al sur sobre una avenida grande. Era de noche y había llovido, el tráfico estaba peor de lo normal en esa vía.

Cuando finalmente parecía aclararse el camino, vi una combi sobre las dos ruedas traseras y un bulto enorme entre las delanteras, las cuales no alcanzaban a tocar el piso. Al acercarnos un poco más, vi que el bulto era un cuerpo humano terriblemente obeso. Alcancé a verle la cara y, aunque no recuerdo sus facciones, se veía increíblemente hinchado, como si los ojos estuvieran al borde de explotar.

2. Una tarde salí de la secundaria, por 1993 ó 1994, y fui a casa de un amigo que vivía cerca de ella, en una calle muy pequeña (casi un callejón) y habíamos ido, mi amigo y yo, a comprar algún refresco a la tienda de la esquina (aún no fumaba, de lo contrario diría que serían cigarros).

Notamos un grupo de tres indigentes en una borrachera brutal y los pasamos de largo, pocos pasos después escuchamos un camión repartidor de coca-cola y gritos. Volteé a ver qué pasaba y lo único que recuerdo es ver que uno de los tres se aventó a las llantas del camión (quizá se tropezó) y este le reventó la cabeza.

Mientras la gente se acercaba a ver (nunca faltan los necesitados de hacerlo), seguimos a la tienda para comprar lo que sea que hayamos buscado. A la vuelta, el cadáver quedaba de camino, así que tuve que verlo... no iba a hacerme pendejo y mirar a otro lado.

El cuerpo estaba sobre el asfalto, no se alcanzaba a ver siquiera el cuello. Sobre el pavimento se notaban trocitos de cerebro, un poco rosas pero más bien enrojecidos, supongo por la sangre.

3. En 1996 estaba ya en la Universidad, una amiga me invitó a que la acompañara a un recorrido por la Facultad de Medicina porque ella quería estudiar ahí (nunca pudo entrar y lo último que supe de ella es que terminó como estudiante de veterinaria, jajaja).

Aunque este no involucra un cadáver fresco, es bastante nítido el recuerdo. Íbamos en un grupo de 15 ó 20 personas y después de pasar por el repugnante bioterio y algunos laboratorios, el "guía" nos llevó a una sala grande. A diferencia de lo que imaginaba, el cuerpo estaba descubierto y todas las luces encendidas.

Fue explicando paso a paso la forma en que la mujer había sido disectada y nos explicó que había padecido cáncer, que nunca tuvo hijos, que tenía alrededor de 25 años, que blah, blah, blah mientras tomaba capas de cuerpo y las iba levantando.

Primero la piel que descubría las costillas, luego las costillas que dejaban ver el lugar donde alguna vez estuvieron sus pulmones y corazón, luego el vientre y nos mostró la matriz. Siguió sacando pedazos de lo que parecía una maqueta de tamaño natural. Estaba tan manoseado y trabajado ese cuerpo, que me fue imposible imaginarlo con vida.

4. El último y más reciente evento (sí, aunque suene a avistamiento de ovnis) fue por 1999. Volvíamos en dos autos de un corto viaje en carretera en dos autos. Yo, por supuesto, lidereaba el camino.

En un instante volteé por el retrovisor para ver si el otro auto seguía detrás de mí y en ese momento vi que aquél golpeó a algo. Mis acompañantes se sorprendieron cuando frené y les dije "golpeó a algo". Me bajé del coche y fui a ver si los otros estaban bien.

Absolutamente impávidos, asintieron. El parabrisas estaba estrellado con un cráter cargado del lado izquierdo (en ese momento no reparé en la sangre). Corrí a ver qué era el bulto que yacía en la carretera y era una mujer. Estaba con la cabeza alejada de mí y las piernas formando un 4.

Me acerqué a verla y buscarle pulso. Estaba muerta. Regresé a movilizar a mi compañía, los del otro auto seguían dentro de él y fui a buscar señales para el camino. Mandé a dos mujeres a dar aviso a la caseta de pago y regresé a colocar los triángulos. Incompetentes; nunca lo hicieron y terminé yendo yo a dar aviso y solicitar los servicios de emergencia con las manos manchadas de sangre.



Así, sin más, estos son los cadáveres que recuerdo haber visto. Algunos con más nitidez que otros. No son muchos, lo sé, pero son bastante más de lo que esta sociedad ve y recuerda.