Sadismo clínico

Lo que escribí ayer me hizo pensar en otros temas escabrosos, como las visitas al dentista.

Mis dentistas han sido variados y ninguno memorable por ser buena persona, desde el imbécil que me dejó toda mi infancia esperándolo enormes ratos (alguna vez me tuvo en la sala de espera tres horas) hasta el obsesivo compulsivo con el que voy ahora, pasando por un odontopediatra que, si bien era relativamente cuidadoso, la decoración con cientos de figuritas infantiles hacían de su consultorio el paraíso de un pedófilo.

Seguramente por eso es que los desprecio tanto. Estoy convencido de que los dentistas son sádicos por naturaleza, pero no por decisión sino por frustración.

Me explico: son seres incompetentes para la medicina y una gran mayoría llegaron a la escuela de odontología como rechazados de la de medicina, por tanto, para cubrir su imbecilidad decidieron pretender mantener cierto control sobre la salud de la gente (a diferencia de los veterinarios) a través de meterles mano en la boca.

Usan instrumentos muy complejos y puede que vean bastante sangre (quizá más de la que muchos médicos) en sus carreras, pero por sus demonios disfrutan el dolor que inflingen a sus víctimas... no, no pretendí escribir pacientes.

De sólo pensar en ellos me duele la cabeza y me parece incomprensible que alguien (Strozzi) haya podido dormirse mientras le hacían una endodoncia.

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