La efímera existencia de cada humano ha quedado probada una vez más en esta Ciudad de México. Esta madrugada, apenas unos minutos después de la medianoche, tembló.
Con el movimiento, los recuerdos que cada habitante tiene de la historia de los sismos aquí se revive. Desde el temblor que tiró al Ángel de la Independencia de su columna en 1957 (yo aún no empujaba piedras), la paranoia nacional , si bien relativamente perpetua, se aviva con los temblores.
El siguiente fue en 1985, con incalculable número de muertes y valor inestimado de daños materiales. Este, sin embargo, brindó a la sociedad capitalina la capacidad de organización espontánea que derivó en lluvia de apoyo desinteresado, con miles de voluntarios volcados a las calles a tratar de recuperar a sobrevivientes o restos de quienes fallecieron bajo los escombros.
Mis recuerdos de 1985 son muy limitados, pero las anécdotas que he escuchado desde entonces son impactantes. Desde la que contó una mujer, quien recién operada en una cama de hospital vio cómo se desplomaron edificios en Tlatelolco a una maestra que salvó la vida brincando del techo de su edificio de seis pisos al siguiente, justo antes de que el propio se desplomara...
Y, por si esto no fuera suficiente, la que escuché de una reunión agendada para ese 19 de septiembre, a la que llegó un hombre cubierto de polvo, sin recordar cómo había llegado hasta la oficina tras pasar la noche en el caído Hoter Regis del centro de la ciudad (hoy "Plaza de la Solidaridad", junto a la Alameda Central).
Esta mañana sólo se movió un poco la tierra. En el quinto piso se sintió con alguna intensidad (casi nunca siento los sismos) y los gatos apenas atinaron a despertarse... Ellos, tan maravillosamente impávidos, me devolvieron a la cama, desde donde contesté algunas histéricas llamadas para cerciosarse de que todos estábamos bien.
Con el movimiento, los recuerdos que cada habitante tiene de la historia de los sismos aquí se revive. Desde el temblor que tiró al Ángel de la Independencia de su columna en 1957 (yo aún no empujaba piedras), la paranoia nacional , si bien relativamente perpetua, se aviva con los temblores.
El siguiente fue en 1985, con incalculable número de muertes y valor inestimado de daños materiales. Este, sin embargo, brindó a la sociedad capitalina la capacidad de organización espontánea que derivó en lluvia de apoyo desinteresado, con miles de voluntarios volcados a las calles a tratar de recuperar a sobrevivientes o restos de quienes fallecieron bajo los escombros.
Mis recuerdos de 1985 son muy limitados, pero las anécdotas que he escuchado desde entonces son impactantes. Desde la que contó una mujer, quien recién operada en una cama de hospital vio cómo se desplomaron edificios en Tlatelolco a una maestra que salvó la vida brincando del techo de su edificio de seis pisos al siguiente, justo antes de que el propio se desplomara...
Y, por si esto no fuera suficiente, la que escuché de una reunión agendada para ese 19 de septiembre, a la que llegó un hombre cubierto de polvo, sin recordar cómo había llegado hasta la oficina tras pasar la noche en el caído Hoter Regis del centro de la ciudad (hoy "Plaza de la Solidaridad", junto a la Alameda Central).
Esta mañana sólo se movió un poco la tierra. En el quinto piso se sintió con alguna intensidad (casi nunca siento los sismos) y los gatos apenas atinaron a despertarse... Ellos, tan maravillosamente impávidos, me devolvieron a la cama, desde donde contesté algunas histéricas llamadas para cerciosarse de que todos estábamos bien.
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